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"Las huertas urbanas convirtieron basurales en espacios vivos de comunión"

Antonio Lattuca, pionero del movimiento de agricultura urbana en Rosario (Argentina), describe las condiciones que transformaron a las huertas rosarinas en referentes mundiales de gestión social, ambiental y alimentaria.

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Ya son tres décadas de agricultura urbana en Rosario. En la actualidad, los huertos comunitarios de la ciudad son modelos para cientos de proyectos en el mundo. ¿Cómo explicas este éxito?

Creo, según mi experiencia, que hubo una serie de factores y condiciones que confluyeron y que posibilitaron que la agricultura urbana se consolidara en Rosario y que, a pesar de sus treinta y cinco años, ésta aún siga viva, buscando siempre renovarse frente a nuevos escenarios. Las ideas fuerza que nos entusiasmaron en 1987 –cuando iniciamos– fueron: desplegar (desenvolver) todas las potencialidades de los seres humanos, producir verduras, frutas y hierbas aromáticas de alta calidad, y embellecer la ciudad.

La agricultura urbana pasó por varias etapas y distintos momentos, algunos de avance y otros de retroceso. También de crisis complejas. Pero siempre buscamos dar respuesta a los distintos desafíos que se presentaban e intentamos generar nuevos frutos. Algo que la distingue es que prioriza el trabajo en el territorio, en los mismos espacios en donde está el problema, tratando de construir, participativamente, con quienes lo padecen, de encontrar soluciones y ejecutar micro experiencias concretas que, una vez probadas y siendo viables, se puedan llevar a una escala mayor.

¿Cuál fue el origen de la Plataforma de Agricultura Urbana en Rosario (PAUR)?

Fue desde una ONG que buscaba dar respuesta al problema de falta de acceso a alimentos sanos, especialmente verduras, en una de las villas miseria. La propuesta que guio al grupo promotor fue la de instalar una huerta comunitaria y trabajar juntos en un mismo espacio para producir verduras. Después de un año de relativo éxito, habíamos logrado producir verduras de estación de buena calidad, empleando técnicas ecológicas de cultivo. Realizamos una reunión con los participantes para ampliar el espacio e incorporar a más familias, y ellos nos plantearon una nueva forma de trabajo: tierra con infraestructura común, pero trabajo productivo realizado en parcelas individuales para cada familia. De esa forma surgió el modelo de “huerta grupal comunitaria”.

Este modo de organizar el espacio y el trabajo es muy práctico. Genera mucha libertad, pues facilita a cada individuo o a cada grupo familiar trabajar a su ritmo, ya que se puede elegir qué verduras producir y cómo. Además, proporciona la oportunidad para que todos y todas cultiven y lleguen a ser buenas y  buenos agricultores. Quienes tienen más conocimientos, con parcelas más avanzadas, estimulan a quienes están más atrasados.

Esta idea innovadora de espacio e infraestructura en común (cerco, equipo de riego, sanitarios y espacio para el encuentro y para el guardado de herramientas) y el trabajo productivo en parcelas individuales, que surgió como propuesta de la comunidad, es la que se ha implementado en todos los espacios socioproductivos:  huertas grupales, corredores verdes en las vías del ferrocarril y parques huerta –con muy buenos resultados–.

 

Además, desde el inicio, la iniciativa funcionó con un equipo coordinador, con mucha vocación de servicio, con gran capacidad de trabajo en lo social y en lo técnico; pero sobre todo con mucho compromiso y una gran confianza en todos los seres humanos, en especial en los vulnerados.

 

Otra particularidad de Rosario es que tuvo y tiene una gran inmigración campesina, proveniente del interior de nuestro país. Ellos vinieron para olvidarse de su ruralidad y del trabajo en el campo, en donde habían sufrido injusticias. Pero al encontrar en nuestra ciudad un ambiente favorable, retomaron su historia, recordaron su oficio campesino y, al ver que su “sabiduría práctica” era valorada, la adaptaron a lo urbano y florecieron.

Otro rasgo importante que contribuyó a la instalación de la agricultura urbana fue el trabajo mediante consensos, no confrontando, sino legitimando. Se genera aceptación de la comunidad y se prueba lo nuevo. Una vez que la sociedad lo ha apoyado, se implementa. Se escuchan las modificaciones propuestas en el territorio y, a partir de ese momento, se incorporan dichos cambios en las siguientes acciones, tal como sucede, por ejemplo, con la huerta grupal comunitaria.

Los sucesivos momentos de crisis socioeconómicas que sufrió nuestro país también contribuyeron a que buscásemos lo positivo en la adversidad. Durante las crisis, las estructuras burocráticas y rígidas de las instituciones se mueven, se resquebrajan. Lo mismo ocurre con las formas cerradas del pensar, las cuales pueden abrirse. En ese momento, puede incorporarse lo nuevo.

La política de alianzas es otra de las peculiaridades que favorecieron el afianzamiento y crecimiento de la agricultura urbana. Las primeras se dieron entre la organización no gubernamental y la comunidad, luego con el gobierno local (Municipalidad de Rosario) y con numerosos actores locales, docentes, organizaciones de la sociedad civil, empresas privadas y universidades. También con el Programa Nacional Pro-Huerta del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA), con la cooperación internacional y, sobre todo en los últimos años, con la Asociación para la Agricultura Biodinámica de Argentina y la Fundación DEMETER.

 

Así como en el campo de la biología se cumple la premisa de a mayor diversidad vegetal y animal, más estabilidad, una mayor diversidad sociocultural ofrece más posibilidades para que la agricultura urbana pueda desarrollar todas sus potencialidades. La agricultura ecológica social es un arte y siempre priorizamos –en todas las circunstancias– la generación de fuertes vínculos humanos, así como el hacer y la construcción.

¿Cuál fue el principal desafío a la hora de conformar esta iniciativa?

 

Tuvimos que sortear distintos desafíos según las épocas que vivimos. En la primera etapa –fines de los 90– tuvimos que generar confianza en la comunidad, tomar acuerdos y formas de trabajo. Los barrios en donde estaban asentadas las llamadas villas miserias eran casi rurales. Las viviendas, muy precarias, tenían pequeños espacios para cultivar e instalar una huerta. Empezamos por vincularnos primero con los vecinos que ya cultivaban alguna planta, y al mismo tiempo con todas la instituciones representativas de la comunidad: comedores populares, centro comunitarios y escuelas. Una vez que se rompió la barrera inicial y comenzaron a instalarse las primeras huertas, se produjo un efecto dominó, un contagio, y en relativamente poco tiempo las huertas familiares, institucionales y escolares se expandieron.

La crisis sociopolítica y cultural de los años 2001 y 2002 fue más compleja, pero marcó un momento muy especial, de un gran movimiento y eclosión social. El desafío era dar un salto cualitativo y cuantitativo, avanzar de la producción para el consumo familiar a una nueva forma productiva de mayor volumen, destinada a la comercialización. Contábamos con la importante experiencia previa, ya desarrollada, y con algunos planes sociales a nivel nacional que apoyaban esta clase de trabajo. El desafío fue, por un lado, convencer a los desocupados que podían ejercer un nuevo oficio (productor urbano de verduras ecológicas) y obtener un ingreso a partir de la venta de las mismas. También debimos convencer a las autoridades políticas sobre la necesidad de promocionar huertas grupales y de instalar espacios en plazas públicas (bioferias) para la venta directa de verduras sanas y producidas sin agroquímicos.

El coraje y la fuerza de trabajo del equipo coordinador, la decisión política de la Municipalidad de Rosario, encargada de la gestión, y el contexto de crisis, con el surgimiento de un gran número de organizaciones comunitarias de la sociedad civil, permitieron que se pudiera dar ese gran salto.

Y las ferias fueron y hoy son un espacio de diálogo intercultural y de encuentro entre los habitantes del centro de la ciudad y los de los barrios periféricos. Esta experiencia permitió que el programa ganara el Premio Naciones Unidas UN - Municipio de Dubai en el año 2004 como uno de los diez mejores programas del mundo de lucha contra la pobreza y en pro del medioambiente y la equidad de género.

 

El premio, de US 30,000, fue utilizado para la compra de un tractor y de una camioneta. Pero lo más importante fue que instaló en la agenda pública la producción urbana de alimentos ecológicos, sobre todo de verduras, y el rol protagónico de un nuevo actor social: el movimiento huertero, el cual contribuye a la mejora del ambiente físico, biológico y cultural de la ciudad. 

Los huertos urbanos de Rosario exponen una labor que, además de la producción de alimentos sanos y de cercanía, integra muchas dimensiones de carácter social. Una de ellas es la regeneración de espacios –antes basurales, ahora huertas comunitarias e interculturales–. ¿Cómo ocurrió esta transformación?

En los momentos más difíciles, donde aparentemente no hay salida, surgen nuevos temas que cambian la realidad, como la crisis sociopolítica y cultural de los años 2001 y 2002. Durante la misma, hubo la necesidad de ocupar la mayor parte de todos los terrenos desocupados, muchos de ellos basurales, para el cultivo de verduras y hierbas aromáticas. Sirviéndonos de la experiencia previa y poniéndola en valor con buenos resultados en el territorio, aplicamos distintas técnicas ecológicas para mejorar el suelo y transformar la tierra degrada en un suelo vivo. Se utilizaron las siguientes técnicas: elaboración de abono compuesto en pila y  abono de superficie, cultivo de coberturas verdes, la aplicación de preparados y el aumento de la diversidad vegetal y animal. En relativamente muy poco tiempo esos territorios se transformaron en nuevos espacios públicos, sociales y productivos. 

Los y las huerteras generaron, crearon, construyeron suelo sobre tierras decapitadas sin horizonte fértil o sobre restos de construcción. Reverdecieron la ciudad mediante la transformación de estos espacios degradados en pequeños paraísos, verdaderos oasis, en medio de la trama urbana, demostrando que en muy poco tiempo el ser humano, con la ayuda de todos los seres de la naturaleza, puede lograrlo. De esta manera también surgió un nuevo oficio: el de agricultor o campesina urbana. Y una nueva palabra: huertero.

 

Fueron ellos los hacedores. Fueron ellos los artífices, los artistas, los cultivadores de lo nuevo, los principales protagonistas de las ferias agroecológicas. Gracias a ellos, los rosarinos, a partir del año 2002, accedieron a verduras sin agroquímicos.

En el mundo, muchas iniciativas de agricultura urbana deben lidiar con autoridades reacias a apoyarlas, incluso a cederles espacios en desuso. ¿Cómo logran los huerteros urbanos de Rosario unir a tantos actores de la sociedad civil y tender puentes con las mismas autoridades locales?

La agricultura urbana fue creciendo lentamente y asentándose, encarnándose en el territorio, en los barrios populares, incorporando siempre nuevos socios, demostrando de forma concreta que la producción de verduras cultivadas utilizando tecnologías de procesos y recursos disponibles y conocimientos locales era una actividad sencilla, muy útil y que beneficiaba a todos los actores locales. En ese proceso también participó el gobierno de la Municipalidad de Rosario, el cual instaló una política pública de agricultura urbana.

 

En ese proceso de crecimiento, necesitamos nuevos terrenos para extender las huertas. Realizamos un diagnostico participativo, en forma conjunta con las autoridades políticas y con la Universidad de Rosario en distintas zonas para detectar terrenos disponibles para la agricultura que no compitieran con la vivienda, porque la ciudad tiene déficit de viviendas. El estudió concluyó que nuestra ciudad tiene los siguientes espacios: sitios linderos a las vías del tren, áreas paralelas a las autopistas y riberas a los costados de los arroyos, las cuales pueden utilizarse para la producción de verduras.

La agricultura urbana incorporó esos lugares e instaló nuevos espacios socioproductivos permanentes, incorporados al Plan de Ordenamiento Territorial del Municipio. Por ejemplo, los parques huerta son espacios públicos de gran superficie, en donde se realizan actividades productivas, culturales, deportivas, educativas y de capacitación. Están dotados de infraestructura y equipamiento con un diseño paisajista. Los corredores verdes lindantes a las vías del ferrocarril albergan infraestructura para que puedan cultivarse hortalizas y plantas aromáticas. Por último, las huertas grupales son similares a los parques huertas, pero de menor tamaño.

Todos estos modelos ofrecen a los y las huerteras algo muy importante: la tenencia segura de  tierra mediante un convenio de colaboración con el municipio. Quienes cultivan, se comprometen en reciprocidad a producir con técnicas ecológicas y cuidar y embellecer el espacio. Algunos logros cualitativos son la protección de áreas no urbanizables ante ocupaciones indebidas, el ahorro de fondos públicos destinados a la custodia y mantenimiento de terrenos ociosos, la transformación de espacios degradados en ámbitos productivos y estéticamente agradables, la habilitación de nuevas áreas verdes urbanas y el sostenimiento de los servicios ecológicos brindados por las mismas a la población urbana. También puedo mencionar la integración de distintos sectores excluidos del sistema formal y el fortalecimiento de redes a través del trabajo en común.

¿Qué puedes decir sobre la función pedagógica de los huertos, puntualmente con escolares?

Las huertas educativas, desde el comienzo, cumplieron un rol protagónico como centros demostrativos, de entrenamiento y de capacitación no solo de los alumnos, sino de toda la comunidad escolar y también de todas las familias del radio de acción de la escuela. Los maestros son muy respetados y tienen gran influencia en los barrios populares, son un nexo muy importante con toda la comunidad. La huerta fue tomada, además, como un espacio vivo pedagógico central, donde se enseña de forma práctica biología, matemáticas, lengua, cultura, alimentación, pintura, arte y trabajo manual.

La escuela es un nexo muy importante con todas las instituciones del barrio y con la comunidad entera. De hecho, todos los años, en la primavera (septiembre en Argentina), se realiza la Semana de la Agricultura Urbana. Los docentes y toda la comunidad escolar trabajan en el tema desde que comienza del ciclo escolar, y participan activamente en la organización de la Semana y en todas las actividades, aportando mucha fuerza y creatividad.

Tú también practicas la agricultura biodinámica. ¿Cuál es el aporte de este enfoque en la agricultura urbana?

Quienes integramos el equipo que comenzó a promover las huertas ecológicas estábamos inspirados por la visión del Buen Vivir o el Vivir Bien de nuestros pueblos originarios, la cual promueve la relación armónica entre los seres humanos y de los seres humanos con la naturaleza. Es una práctica de vida –material, social y espiritual–. Buscábamos una agricultura ecológica y social al servicio de todos. La agroecología fue muy importante en ese camino, ampliando nuestra primera idea productiva y ecológica con la transformación social. Cuando conocimos la agricultura biodinámica, tuvimos la sensación de que habíamos encontrado por fin lo que tanto habíamos buscado, pero nos preguntamos cómo podíamos incorporarla en lo urbano y en nuestro trabajo con los huerteros. Paso a paso, fuimos encontrando la forma, primero con el calendario de siembra, muy cercano a la cultura campesina de los huerteros, luego con la idea del suelo vivo, así como el compostaje, los preparados biodinámicos y la idea del organismo agrícola aplicada en los parques huerta.

Esta metodología también nos ayudó con ideas para solucionar problemas acuciantes. Un ejemplo ocurrió en el año 2016, cuando una granizada destruyó toda la producción de verduras de primavera. Los huerteros perdieron todo y se quedaron sin ingresos. No sabíamos qué hacer para que tuvieran un ingreso rápido, ya que recién en febrero tendríamos nuevas verduras. En el momento más duro, cuando no encontrábamos una salida, surgió la idea de la agricultura sostenida por la comunidad e implementamos el denominado Vale Verde, una venta anticipada de verduras de temporada. Así, los huerteros pudieron tener un ingreso inmediato. Los consumidores recibían las verduras a partir de febrero. Eso permitió que las huertas tuvieran un ingreso durante los meses de diciembre y enero. La experiencia, muy positiva, fue utilizada como antecedente y originó la venta de cajas o bolsones de verduras variadas con entregas semanales.

Huerteros rosarinos en 2021. La ciudad, de un millón de habitantes, cuenta con 17 agroferias que se abastecen con productos de la agricultura urbana y periurbana. Foto: Antonio Lattucca.

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