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"Este jardín ha acercado a cientos de familias separadas por estatus migratorio"

Daniel Watman, cofundador del Jardín de la Amistad, expone las premisas que guían a este laureado proyecto de agricultura urbana en la militarizada frontera entre Tijuana (México) y San Diego (EE.UU.). En esta franja, el cultivo comunitario convive con cientos de historias de migración y reencuentro.

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El Parque de la Amistad constituye un caso único a nivel mundial. Además del cultivo de alimentos en un contexto urbano, se expone también como un espacio de encuentro familiar en una frontera difícil. ¿Cómo evalúas el desarrollo de esta iniciativa en todos estos años?

 

Pues ha sido una experiencia de aprendizaje y una forma de darnos cuenta de la necesidad de unirnos a través de barreras políticas y culturales. Desgraciadamente, en los Estados Unidos, la política en la franja fronteriza no incluye esta idea de conexión y colaboración a través de la frontera, vital para la seguridad de la gente, de la tierra, del mar y el cultivo. 

Hemos visto un crecimiento comunitario alrededor del Jardín Binacional de Amistad, de las plantas nativas y de las camas de cultivo, al cual llamamos Realimenta Comunidad. En general, el jardín es ahora mucho más grande –en ambos lados de la frontera– comparado con su primera versión (2007), cuando era apenas un rectángulo de 4 x 2 metros. En la actualidad, se compone de tres círculos de aproximadamente diez metros cada uno que abarcan territorio de los dos países (mitad y mitad) más las ocho camas de cultivo ubicadas en el lado mexicano pegado a la franja. 

 

El reto ha sido convencer a la patrulla fronteriza de la importancia de cuidar los semicirculos del lado estadounidense. En este momento, después de varios meses sin dejarnos entrar en el lado de EE.UU., vemos que se ha generado mucha maleza y no estamos realizando el propósito de crear un espacio donde la gente pueda entablar amistades a través de la frontera y colaborar para promover la flora nativa de la región.

 

Del lado mexicano, tanto las plantas como la comunidad alrededor de ellas siguen creciendo. Para realizar su propósito plenamente, creo que el muro tendría que caer. Espero en un futuro eso pase. Por mientras, el jardín sigue sirviendo como símbolo de esa posibilidad.

 

Durante el Encuentro Internacional de Agricultura Urbana, el texto que describía vuestro proyecto nombraba el carácter de “zona de deportación” que se había impuesto en el parque. ¿Cómo influye esta situación en el desarrollo del Jardín Binacional?

 

Interesante el término. La zona en donde re–gresan a personas sin autorización de estar en EE.UU. se encuentra a unos 10 kilómetros al Este del jardín. Sin embargo, tal vez se refería a que hay muchas personas deportadas que llegan al Parque Binacional, en donde está ubicado el jardín, para verse con familiares que hasta hace dos años podían acercarse al muro para estar con sus seres queridos del lado estadounidense. El parque se ha utilizado por generaciones por familias separadas por estatus migratorio. Nosotros vemos el jardín como una herramienta para apoyar a este acercamiento. Como es un espacio abierto al público del lado mexicano, mucha gente deportada, migrante o de necesidad aprovecha nuestro cultivo para alimentarse. También hay una iglesia, le llaman la Iglesia Fronteriza, la cual se reúne todos los domingos y ofrece servicios de ayuda –como llevar comida–. A menudo, el cultivo de nuestros huertos complementa. 

 

¿Cuáles son los roles que puede desempeñar la agricultura urbana en espacios marcados por el conflicto?

Aparte de lo que destaqué en la respuesta anterior, la comida sirve como una forma de unir a la gente y crear comunidad.  Refleja las diferencias culturales y, a la vez, las necesidades humanas. Por eso, los ejes actuales del jardín consisten en la expansión y renovación el lado mexicano como un espacio de educación, recreación y comunidad. Los huertos son símbolos que sirven como palanca para fomentar la importancia de la flora nativa y la filosofía de los Kumiai, que han habitado este suelo por más de 8000 años y sostienen que nosotros, los humanos, pertenecemos a la tierra –y no al revés–. Por último, mencionaría el fomento de amistad a través de barreras y el cultivo de comida y comunidad, así como servir a comunidades vulnerables de la región que no tienen acceso a comida nutritiva.

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